A la madre y a la hija las aplastó el paso del tiempo
que no el de los años con sus responsabilidades;
las pisó como a dos hojas en otoño,
eran flores de campo, toronjil y yerbabuena.
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En el barrio hubo duelo
por su muerte de plata;
estas mujeres siempre de oscuro de noble cepa aimara,
endulzaban la vida de todos los seres y de su casa.
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Llena está, nuestra vida infantil de su imagen
de mamita copacabana y dulces panecillos,
que ellas con sus dulces pero duras manos
amasaban y con amor nos regalaban.
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Debajo de su inseparable delantal
siempre traían alguna sorpresa;
dulces, empanadas, caramelos o, algún juguete,
que con equidad repartían, entre su camada.
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!!Ay dulce abuela y tía nuestra,
la del canario y las macetas de geranios!!
cuando mis tiernos ojos de niño las vio..
tendidas en su mortaja...!!
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Con unción le besamos las santas manos toscas
quietas por fin del cotidiano afán;
parecían avergonzadas del reposo;
dos angelitos blancos bajaron del cielo a cubrirlas.
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Cuando llegaron al cielo con sus zapatos desgastado;
un coro de jilguero le cantaban aleluyas....!
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