El hálito ardiente de su propio sonido quema
y en su àmpula germina la crisàlidad;
la libélula se luce en una serena tarde
bajo los rayos casi dormidos del sol.
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Rompe con su bella estampa los cánones
preestablecidos, cuando danza alegre
y despreocupada sobre las aguas cristalinas del rió;
pues aunque parezca desinteresada.
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Con sus fríos cálculos le esta haciendo la autopsia
a un gusano que se traslada,
despacio y torpemente hacia la orilla;
donde lo aguarda paciente esta doctora forense...
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Rompe el hechizo de la tarde sordo
cuando de un certero zarpazo,
clava sus finos cuchillos sobre el gusano;
y con sus afilados caninos, poco a poco lo va destrozando.
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Otras criaturas acuáticas tañen las olas bajo el agua
aire de su aire mueve la golondrina;
el soplo, el verbo el yo y la carne..
soy de esta charca como los árboles etéreos...
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A la caza acuden otras criaturas,
toman cuerpo en sus brillantes pupilas;
para de una vez zanjar la cuestión,
y en la orilla siempre hay un poeta para cantarle a los muertos.
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