Las grandes dehesas del campo andaluz,
donde pasta el toro bravo
y en las pardas encinas, rasca su testuz;
antaño andaba el jornalero
con hacha, sierra y porrón,
dejando sólo el numen, que es sanguinario y fiero,
construyendo el horno, del negro carbón.
Hoy observa a sus pobres hijos huyendo de estos lares;
las tormentas llevándose los limos de la tierra
por los impetuosos ríos hacia los bravos mares;
y en los solitarios páramos con pena yerra.
Ese hijo, que es de una estirpe de duros caminantes,
rabadanes que conducen hordas de merinos.
Hombre duro en la lucha y astuto,
que sufrió, desconfiado de grandes brazas,
con cara de escopeta y de semblante enjuto
de pómulos muy duros y cejas arqueadas.
Abundan estos hombres rústicos en esta aldea,
capaces, por defender a los suyos, hacen cosas bestiales,
que ellos sin querer, comenten cosas feas,
esclavas de las siete penas capitales.
El hombre de estos campos, es luchador y fiero,
al caer la tarde, cuando se marcha el sol;
veréis en el horizonte la imagen de un arquero,
con forma de centauros flechador...!
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