En una lóbrega cocina, entre una luz azulada,
con un vestido marrón como el papel viejo;
la abuela Marianita se reflejaba en la silla de enea,
al fondo de aquella pequeña cocina, escogiendo las lentejas.
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Allí sentada, no se mece en la hamaca porque cruje,
se le escapan casamientos para la parvada
de hijas casamenteras, porque los de a caballo
se pasan y los de apie no llegan....
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Ocasiones de cuitas, las narradas,
las disputas de una de las hijas con su enamorado;
mientras yo sufro mis fiebres de cuarenta,
por el sarampión y las paperas.. en un camastro acostado.
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Piensa en las guerras y los muertos grandes y pequeñitos,
los que la tienen vestida de eterno luto..
también hay ese amor añejo,
las dolencias y achaques de los años que no pasan en valde.
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Total, ella seguía preparando la merienda de la tarde,
que no era otra cosa, que café de malta
y un par de onzas de pan con chocolate;
de inmediato devoradas.
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Fue inmune al sarampión y a la viruela,
ella nunca vio la mar, durante toda su vida,
le basto con una buena amiga y un rosario mínimo;
sé que sobre sus faldas tibias, también dormía otra verdad
secreta, que ella sola sabía.....!
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